19-III. La irrealidad del pecado

UN CURSO DE MILAGROS
CAPÍTULO 19
LA CONSECUCIÓN DE LA PAZ




1. La atracción de la culpabilidad reside en el pecado, no en el error. El pecado volverá a repetirse por razón de esta atracción. El miedo puede hacerse tan agudo que al pecado se le niega su expresión. Pero mientras la culpabilidad continúe siendo atractiva, la mente sufrirá y no abandonará la idea del pecado. Pues la culpabilidad todavía la llama, y la mente la oye y la desea ardientemente, y se deja cautivar voluntariamente por su enfermiza atracción. El pecado es una idea de perversidad que no puede ser corregida, pero que, sin embargo, será siempre deseable. Al ser parte esencial de lo que el ego cree que eres, siempre la desearás. Y sólo un vengador, con una mente diferente de la tuya, podría acabar con ella valiéndose del miedo.

2. El ego no cree que sea posible que lo que el pecado realmente invoca, y a lo que el amor siempre responde, es al amor y no al miedo. Pues el ego lleva el pecado ante el miedo, exigiendo castigo. Mas el castigo no es sino otra forma de proteger la culpabilidad, pues lo que merece castigo tuvo que haber sucedido realmente. El castigo es siempre el gran protector del pecado, al que trata con respeto y a quien honra por su perversidad. Lo que clama por castigo, tiene que ser verdad. Y lo que es verdad no puede sino ser eterno, y se seguirá repitiendo sin cesar. Pues deseas lo que consideras real, y no lo abandonas.

3. Un error, en cambio, no es algo atractivo. Lo que ves claramente como una equivocación deseas que se corrija. A veces un pecado se comete una y otra vez, con resultados obviamente angustiosos, pero sin perder su atractivo. Mas de pronto cambias su condición, de modo que de ser un pecado pasa a ser simplemente un error. Ahora ya no lo seguirás cometiendo; simplemente no lo volverás a hacer y te desprenderás de él, a menos que todavía te sigas sintiendo culpable. Pues en ese caso no harás sino cambiar una forma de pecado por otra, reconociendo que era un error pero impidiendo su corrección. Eso no supone realmente un cambio en tu percepción, pues es el pecado y no el error el que exige castigo.

4. El Espíritu Santo no puede castigar el pecado. Reconoce los errores y Su deseo es corregirlos todos tal como Dios le encargó que hiciese. Pero no conoce el pecado, ni tampoco puede ver errores que no puedan ser corregidos. Pues la idea de un error incorregible no tiene sentido para Él. Lo único que el error pide es corrección, y eso es todo. Lo que pide castigo no está realmente pidiendo nada. Todo error es necesariamente una petición de amor. ¿Qué es, entonces, el pecado? ¿Qué otra cosa podría ser, sino una equivocación que quieres mantener oculta, una petición de ayuda que no quieres que sea oída, y que, por lo tanto, se queda sin contestar?

5. En el tiempo, el Espíritu Santo ve claramente que el Hijo de Dios puede cometer errores. En esto compartes Su visión. Mas no compartes Su criterio con respecto a la diferencia que existe entre el tiempo y la eternidad. Y cuando la corrección se completa, el tiempo se convierte en eternidad. El Espíritu Santo puede enseñarte a ver el tiempo de manera diferente y a ver más allá de él, pero no podrá hacerlo mientras sigas creyendo en el pecado. En el error sí puedes creer, pues éste puede ser corregido por la mente. Pero el pecado es la creencia de que tu percepción es inalterable y de que la mente tiene que aceptar como verdadero lo que le dicta la percepción. Si la mente no obedece, se la juzga como desquiciada. De ese modo la mente, que es el único poder que podría cambiar la percepción, se mantiene en un estado de impotencia y restringida al cuerpo por miedo al cambio de percepción que su Maestro, que es uno con ella, le brindaría.

6. Cuando te sientas tentado de pensar que el pecado es real, recuerda esto: si el pecado es real, ni tú ni Dios lo sois. Si la creación es extensión, el Creador tiene que haberse extendido a Si Mismo, y es imposible que lo que forma parte de Él sea completamente diferente del resto. Si el pecado es real, Dios no puede sino estar en pugna Consigo Mismo. Tiene que estar dividido, debatiéndose entre el bien y el mal; ser en parte cuerdo y en parte demente. Pues tiene que haber creado aquello que quiere destruirlo y que tiene el poder de hacerlo. ¿No sería más fácil creer que has estado equivocado que creer eso?

7. Mientras creas que tu realidad o la de tu hermano está limitada a un cuerpo, seguirás creyendo en el pecado. Mientras creas que los cuerpos se pueden unir, seguirás encontrando atractiva a la culpabilidad y considerando el pecado como algo de inestimable valor. Pues la creencia de que los cuerpos limitan a la mente conduce a una percepción del mundo en la que la prueba de la separación parece abundar por todas partes. Así Dios y Su creación parecen estar separados y haber sido derrocados. Pues el pecado demostraría que lo que Dios creó santo no puede prevalecer contra él, ni seguir siendo lo que es ante su poderío. Al pecado se le percibe como algo más poderoso que Dios, ante el cual Dios Mismo se tiene que postrar y ofrecer Su creación a su conquistador. ¿Es esto humildad o demencia?

8. Si el pecado es real, tiene que estar permanentemente excluido de cualquier esperanza de curación. Pues en ese caso habría un poder que transcendería al de Dios, un poder capaz de fabricar otra voluntad que puede atacar y derrotar Su Voluntad, así como conferirle a Su Hijo otra voluntad distinta de la Suya y más fuerte. Y cada parte fragmentada de la creación de Dios tendría una voluntad diferente, opuesta a la Suya, y en eterna oposición a Él y a las demás. Tu relación santa tiene ahora como propósito la meta de demostrar que eso es imposible. El Cielo le ha sonreído, y en su sonrisa de amor la creencia en el pecado ha sido erradicada. Todavía lo ves porque no te das cuenta de que sus cimientos han desaparecido. Su fuente ya ha sido eliminada, y sólo puedes abrigarlo por un breve período de tiempo antes de que desaparezca del todo. Lo único que queda es el hábito de buscarlo.

9. Y sin embargo, lo contemplas con la sonrisa del Cielo en tus labios y con la bendición del Cielo en tu mirada. No seguirás viendo el pecado por mucho más tiempo. Pues en la nueva percepción, la mente lo corrige cuando parece presentarse y se vuelve invisible. Los errores se reconocen de inmediato y se llevan enseguida ante la corrección para que ésta los sane y no para que los oculte. Serás curado del pecado y de todas sus atrocidades en el instante en que dejes de conferirle poder sobre tu hermano. Y lo ayudarás a superar sus errores al liberarlo jubilosamente de la creencia en el pecado.

10. En el instante santo verás refulgir la sonrisa del Cielo sobre ti y sobre tu hermano. Y derramarás luz sobre él, en jubiloso reconocimiento de la gracia que se te ha concedido. Pues el pecado no puede prevalecer contra una unión que el Cielo ve con beneplácito. Tu percepción sanó en el instante santo que el Cielo te dio. Olvídate de lo que has visto, y eleva tus ojos con fe hacia lo que ahora puedes ver. Las barreras que impiden el paso al Cielo desaparecerán ante tu santa mirada, pues a ti que eras ciego se te ha concedido la visión y ahora puedes ver. No busques lo que ha sido eliminado, sino la gloria que ha sido restituida para que tú la veas.

11. Mira a tu Redentor y contempla lo que Él quiere que tú veas en tu hermano, y no permitas que el pecado vuelva a cegar tus ojos. Pues el pecado te mantendría separado de él, pero tu Redentor quiere que veas a tu hermano como te ves a ti mismo. Vuestra relación es ahora un templo de curación; un lugar donde todos los que están fatigados pueden venir a descansar. En ella se encuentra el descanso que les espera a todos después de la jornada. Y gracias a vuestra relación todos se encuentran más cerca de ese descanso.









Texto de Un Curso de Milagros