28-VI. Los votos secretos

UN CURSO DE MILAGROS
CAPÍTULO 28
EL DES-HACIMIENTO DEL MIEDO




1. El que castiga el cuerpo está loco, pues ahí es donde ve la diminuta brecha, que, sin embargo, no está ahí. El cuerpo no se ha juzgado a sí mismo, ni se ha convertido en lo que no es. No procura hacer del dolor un gozo, ni espera encontrar placer duradero en lo que no es más que polvo. No te dice cuál es su propósito, ni tampoco puede él mismo entender para qué es. No hace de nadie una víctima porque no tiene una voluntad propia, ni tampoco preferencias o dudas. No se pregunta lo qué es. Por lo tanto, no tiene necesidad de competir. Se puede hacer de él una víctima, pero no puede considerarse a sí mismo como tal. No acepta ningún papel, sino que hace lo que se le dice sin atacar.

2. Atribuir la responsabilidad de lo que ves a aquello que no puede ver, y culparlo por los sonidos que te disgustan cuando no puede oír, es ciertamente una perspectiva absurda. El cuerpo no sufre el castigo que le impones porque no tiene sensaciones. Se comporta tal como tú deseas que lo haga, pero nunca toma decisiones. No nace ni muere. Lo único que puede hacer es vagar sin rumbo por el camino que se le haya indicado. Y si cambias de rumbo, camina con igual facilidad por esa otra dirección. No se pone de parte de nada, ni juzga el camino que recorre. No percibe brecha alguna porque no odia. Puede ponerse al servicio del odio, pero no puede por ello convertirse en algo odioso.

3. Lo que odias y temes, deseas y detestas, el cuerpo no lo conoce. Lo envías a buscar separación y a que sea algo separado. Luego lo odias, no por lo que es, sino por el uso que has hecho de él. Te desvinculas de lo que ve y oye, y odias su debilidad y pequeñez. Y detestas sus actos, pero no los tuyos. Mas el cuerpo ve y actúa por tí. El oye tu voz. Y es frágil e insignificante porque así lo deseas. Parece castigarte, y así, merece que le odies por las limitaciones que te impone. No obstante, eres tú quien lo ha convertido en el símbolo de las limitaciones que quieres que tu mente tenga, vea y conserve.

4. El cuerpo representa la brecha que se percibe entre la pequeña porción de mente que consideras tu mente, y el resto de lo que realmente es tuyo. Lo odias, sin embargo, crees que es tu ser, el cual perderías sin él. Este es el voto secreto que has hecho con cada hermano que prefiere caminar solo y separado. Éste es el juramento secreto que renuevas cada vez que percibes que has sido atacado. Nadie puede sufrir a menos que considere que ha sido atacado y que ha perdido como resultado de ello. El compromiso a estar enfermo se encuentra en tu conciencia, aunque sin expresarse ni oírse. Sin embargo, es una promesa que le haces a otro de que él te herirá y de que a cambio tú lo atacarás.

5. La enfermedad no es sino la ira que se ha descargado contra el cuerpo para que sufra. Es la consecuencia natural de lo que se hizo en secreto, en conformidad con el deseo secreto de otro de estar separado de ti, tal como el tuyo es estar separado de él. A menos que ambos estéis de acuerdo en que ése es vuestro deseo, éste no podría tener efectos. Todo aquel que dice: "Entre tu mente y la mía no hay separación" es fiel a la promesa que le hizo a Dios y no al miserable voto de serle eternamente fiel a la muerte. Y al él sanar, su hermano sana también.

6. Que éste sea el acuerdo que tengas con cada uno de tus hermanos: que estarás unido a él y no separado. Y él será fiel a la promesa que le hagas porque es la misma que él le hizo a Dios y que Dios le hizo a él. Dios cumple Sus promesas; Su Hijo cumple las suyas. Esto fue lo que Su Padre le dijo al crearlo: "Te amaré eternamente, como tú a Mi. Sé tan perfecto como Yo, pues nunca podrás estar separado de Mi". Su Hijo no recuerda que le contestó: "Si, Padre", si bien nació como resultado de esa promesa. Con todo, Dios se la recuerda cada vez que él se niega a mantener la promesa de estar enfermo, y permite, en cambio, que su mente sea sanada y unificada. Sus votos secretos son impotentes ante la Voluntad de Dios, Cuyas promesas él comparte. Y lo que ha usado como substituto de éstas no es su voluntad, pues él se comprometió a sí mismo a Dios.









Texto de Un Curso de Milagros